En estos días en que todos los medios andamos hablando de las mediciones del Estudio General de Medios (EGM), la pregunta del título adquiere renovado interés.
Se supone que la calidad es contraria a la búsqueda de grandes audiencias. Y detrás de esta suposición hay, como en una caja china, otras suposiciones que pretenden sustentarla.
En primer lugar está el viejo prejuicio expresado en el refrán ese que afirma que no se les debe dar ponqué a los marranos. Es decir, la calidad no se ha hecho para las grandes masas. Prejuicio que, en pleno siglo 21, no deberíamos siquiera considerar.
También hay, detrás de la suposición que contrapone calidad a grandes audiencias, la idea de que los medios llamados culturales no tienen por qué competir por números (oyentes para el caso de la radio) porque su labor se mide con otros parámetros. Pocas veces se explicitan estos parámetros, pero es claro que están referidos a modelos de radio como la BBC en sus primeras épocas, o la PBS (radios públicas de los Estados Unidos).
En el fondo de esta cadena de suposiciones encontramos prejuicios y anacronismos que debemos explicitar. Entre estos encontramos la idea de mediados del siglo pasado de contraponer cultura a cultura de masas. Esta distinción dio nacimiento a las políticas de programación de emisoras como la BBC, en las que por décadas no se escuchó nada diferente a música clásica, conferencistas académicos y radioteatro (obras clásicas de la literatura). Programación basada en llevar «alta cultura» a las clases medias. Se consideraba, y todavía algunos lo consideran, que los medios no pueden brindar entretenimiento y ser difusores de cultura, o lo que es lo mismo, que la cultura para merecer este nombre tiene que ser aburrida. Era el modelo europeo de programación que, con la llegada del rock y el pop, con las revueltas de mayo del 68 y con la competencia de la televisión, fue cediendo el paso al modelo norteamericano, basado en la música popular, los noticieros y las radionovelas.
Este modelo europeo es el que da origen a la idea de hacer radio para la inmensa minoría, mientras el modelo norteamericano conquistó las audiencias que permitieron que en América (de norte a sur) la radio pudiese enfrentar la competencia de la televisión y mantener cuotas de audiencia significativas, aún el día de hoy.
Ante la variedad y abundancia de grupos que consumen la también variada y abundante oferta mediática, el concepto de calidad no puede mirarse sin tener como referencia el grupo que la consume. Ya no se puede plantear un solo criterio de calidad, como en la primera mitad del siglo 20.
Los oyentes que nos escuchan evalúan la calidad de nuestra oferta radial en función de sus necesidades, de lo que ofrecemos para acompañarlos, de las posibilidades de obtener información útil para su vida cotidiana, de la variedad y riqueza de nuestros contenidos musicales e informativos.
La relación entre calidad y audiencia no se mide, hoy, por números absolutos, se mide en relación con los nichos que se construyen y es allí en donde el número tiene significación. Si pretende vender automóviles deportivos de altísimo costo, un nicho de 5 mil oyentes puede ser más que suficiente, en cambio si la meta es vender productos alimenticios populares, tendríamos que reconocer que 300 mil oyentes es apenas un grupo interesante.
O como dice Serrat en alguna canción: «No hay que confundir valor y precio».